Adolf
Hitler (1889-1945).-
La autobiografía de Hitler "Mein Kampf" (Mi lucha) revela sus años de juventud inestable. Su padre quería que él estudiara para una posición en el gobierno. Pero como el joven Hitler escribiría mas tarde, "el pensamiento de esclavizarme en un hombre de oficina me enfermaba... también el hecho de no ser el amo de mi propio tiempo...". Desafiando pacíficamente a su padre, el niño pasaba sus días soñando en convertirse en pintor. Uno de sus intereses escolares era el estudio de la historia, especialmente la de los Germanos. Desde su niñez, Hitler era asiduo a las operas de Wagner, que glorificaban a la mitología oscura de los Teutones. Hitler fue alcanzado por el fracaso. Después de la muerte de su padre, cuando Adolf tenía 13 años, estudió pintura en acuarelas, pero aprendió poco. Después de la muerte de su madre, cuando él tenía 19 años, se fue a Viena. Ahí, la Academia de Artes lo rechazó al considerarlo poco talentoso. Debido a su falta de conocimientos en los negocios, Hitler trabajó como obrero en las construcciones, y ocasionalmente pintaba postales baratas. Dormía muy seguido en los parques y en las banquetas, y comía en los albergues para gente impedida. Estas terribles experiencias llenaron su vida de odio. El odiaba a Austria, y cruzó la frontera hacia la Alemania que él tanto admiraba. El escribió: "Estaba convencido de que el estado de Austria siempre obstruiría a todos los grandes Alemanes... y apoyaría todo lo que estuviera en contra de Alemania.... Yo odiaba aquella mezcla de Checos, Polacos, Húngaros, Serbios, Croatas y sobre todo a los siempre presentes Judíos. Me convertí en un fanático Anti-semita..." El odio de Hitler hacia la pobreza, su devoción hacia el legado Germano y su odio hacia los Judíos se combinaron para formar las raíces de sus doctrinas políticas. El estudió las habilidades políticas del alcalde de Viena, y puso un enfoque especial en la práctica de aquel líder de "utilizar todos los instrumentos del poder existente, y ganar el apoyo de las instituciones mas influyentes.. para así poder tener grandes ventajas para el mismo movimiento, a partir de fuentes de poder ya establecidas.." Mas tarde, Hitler aplicó ésta técnica en Alemania. En 1912, Hitler se mudó de Viena a Munich, un "verdadero pueblo Alemán". Ahí, el fue de trabajo en trabajo como carpintero, asistente de arquitecto, etc. Siempre exponía sus ideas políticas, sin importar en donde se encontrara. Cuando inició la Primera Guerra Mundial en 1914, Hitler renunció a su cuidadanía austriaca y se enlistó en el regimiento de infantería no.16 del ejército Bavario. El no iba a pelear por Austria, "pero estaba listo para morir en cualquier momento por su gente (Alemania)". En su primera batalla, la ofensiva de Ypres de 1914, el gritó la canción: 'Deutschland, Deutschland uber Alles.'. En 1916, él era un "combatiente frontal" contra los tanques Británicos, y durante esa batalla, resultó herido pero ganó la Crus de Hierro. En 1917, él peleó en la tercera batalla de Ypres. La armisticia lo encontró en un hospital, cegado temporalmente por el gas mostaza, y en estado de shock. Las noticias de la derrota de Alemania lo hicieron agonizar. El creía que la derrota había sido a causa de "enemigos internos", principalmente Judíos y Comunistas. En ese momento, Hitler había dejado su nacionalidad austriaca, pero aún no tenía su nacionalidad alemana, así que era un hombre sin país. Al recuperarse, Hitler se quedó en el ejército, establecido en Munich. Durante la tempestad política y económica que cayó sobre Alemania, Munich se convirtió en el centro de esta tormenta. Oficiales del derrotado Reichswehr (Ejército Alemán) conspiraron para tomar el control de Alemania. Ellos mantenían a sus informantes, entre quienes se encontraban Adolf Hitler. El recibió la tarea de informar sobre "actividades subersivas" dentro de los partidos políticos en Munich. Este espionaje político dio inicio a un profundo cambio dentro de la vida de Hitler. Una noche de 1919, entró a un pequeño restaurant, donde se reunía un puñado de gente jóven, sentados alrededor de una lámpara de gas. Este pequeño grupo era el partido de los Obreros Alemanes. Guiado por la "intuición", Hitler se unió a este grupo, como el séptimo miembro. El pronto se convirtió en el líder. Luego, un oficial Reichswehr conocido como el Capt. Ernest Roehm, vio al partido como un medio capaz de derrocar al régimen liberal Bavario. Como otros oficiales, Roehm había creado su propio "ejército" de voluntarios, que crecían como brazos del Reichswehr, desafiando el Tratado de Versalles. Roehm decidió enviar a su ejército de Camisas Cafés en auxilio del Partido Obrero. Protegido por estos rufianes, Hitler se convirtió en el orador del grupo. En 1920, Hitler cambió el nombre del Partido Obrero por el de Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Obrero Alemán Nacional Socialista), abreviado como Nazi. Revelando su odio hacia los Comunistas, Hitler acusó públicamente a los Judíos de las desgracias de Europa, e hizo un llamado a Alemania a unirse para formar un estado nacional todo poderoso. Su voz era hipnótica. Sus discursos provocaron el odio de sus enemigos Comunistas, que trataron de disolver sus reuniones. Pero estos intentos siempre fallaron debido al apoyo del ejército de Camisas Cafés, los Nazis brutales.
Para sus seguidores, Hitler adoptó la antigua Swastika como el emblema del partido, y diseñó la bandera roja Nazi con la swastika negra. El saludaba a sus camaradas con el brazo levantado, y él era saludado con la palabra Heil! Para 1923, los Nazis se habían crecido lo suficiente en Munich como para tratar de llegar al gobierno. Ellos iniciaron el "Beer Hall Putsch,", conocido así debido a que Hitler y sus hombres intentaron tomar las riendas del gobierno en una reunión que fue llevada a cabo en un bar. El intento falló. Hitler fue apresado y sentenciado a cinco años en prisión. El gobierno Bavario le perdonó el período hasta ocho meses. Cuando estaba en prisión y con la ayuda de Rudolf Hess, Hitler inició su libro 'Mein Kampf'. Saliendo de prisión en 1924, Hitler veía su destino perdido de nuevo, al enterarse de que el Partido Nazi había sido disuelto por el gobierno Bavario, y al ver que sólo quedaba un puñado de miembros que permanecían juntos. Durante meses, Hitler pareció perder su interés en el Partido. Tiempo después, Roehm, Hess y un joven entusiasta llamado Joseph Paul Goebbels le propusieron ser de nuevo el líder del Partido. Hitler aceptó diciendo: "Necesitaré siete años antes de que el movimiento esté en la cima de nuevo..." Hitler tenía razón. De 1924 a 1924, Alemania vivió tiempos prósperos, y las revoluciones no florecen en la prosperidad. De 1925 a 1927, se le había prohibido a Hitler hablar en público en Bavaria o Sajonia. Después, una depresión de escala mundial sumió a Alemania de nuevo en la pobreza y el desempleo, y los Nazis empezaron a ganar votos. Para 1930, Hitler tenía el apoyo de muchos empresarios y militares. En 1933, el Presidente Paul von Hindenburg nombró a Hitler como Canciller. En ese mismo año, el edificio Reichstag se incendió misteriosamente (probablemente provocado por los mismos Nazis), y Hitler acusó a los Comunistas. El Lander o los estados, perdieron su poder, y el Partido Nazi fue el único partido político permitido en Alemania. Durante un sangriento atraco en 1934, varios líderes de los partidos políticos de oposición fueron ejecutados, debido a su supuesta participación en un complot para asesinar a Hitler. Cuando murió Hindenburg, Hitler destituyó la oficina de la Presidencia y tomó el título de Fuhrer o "líder". La policía totalitaria del estado creció en poder. Heinrich Himmler era el jefe de la Gestapo, o policía secreta. Joseph Goebbels dirigía la Secretaría de Propaganda. Las instituciones culturales, incluyendo a la prensa, el teatro y las artes, estaban reglamentadas. Las escuelas y la Juventud Hitleriana endoctrinaban a la gente. Los Nazis persiguieron a la Iglesia Católica y las iglesias Protestantes, y las Leyes Nuremberg de 1935 prohibieron la ciudadanía a los Judíos. El Kristallnach (Noche de los vidrios rotos) en 1938, durante el cual muchos Judíos y sus propiedades fueron brutalmente atacados, inició una nueva y más violenta fase de la persecución Judía, y sus propiedades fueron destruídas o confiscadas. Hitler hablaba de la paz, pero se preparaba para la guerra. En 1933, Alemania se retiró de la Liga de las Naciones, repudiando el Tratado de Versalles. Durante ese tiempo, Alemania comenzó a comprar nuevo armamento y a desarrollar nueva tecnología de guerra, y el entrenamiento militar reinició en toda la Alemania Nazi. En 1936, Alemania formó el Eje Berlín-Roma con Italia. Durante la Guerra Civil Española, Alemania ayudó a Francisco Franco y probó su nuevo armamento. Para 1938, Hitler tenía el ejército mecanizado más poderoso y la fuerza aere más extensa del mundo. Gran Bretaña y Francia siguieron una política de paz. No se opusieron a la anexión de Austria a Alemania por Hitler. Ellos firmaron el Pacto de Munich para asegurar "la paz". El tratado otorgaba el territorio de Sudetenland de Checoslovaquia a Alemania. Luego, Hitler demandó el regreso de Dazing a Alemania, pero Polonia se rehusó. Al mismo tiempo, Hitler concluyó un pacto de no agresión con Joseph Stalin de la Unión Soviética, que eliminó el peligro de un segundo frente. El Ejército Alemán invadió Polonia e inició la Segunda Guerra Mundial. Después de destruir a los Polacos, Hitler invadió Noruega, Dinamarca, Bélgica y los Países Bajos. Francia cayó en poder Alemán en 1940. Los planes de Hitler de invadir Gran Bretaña fallaron cuando la Luftwaffe, o fuerza aerea Alemana, perdió la batalla en Inglaterra. Cuando la invasión Italiana de Grecia y de Africa fallaron, Hitler se apoderó de los Balcanes y del Norte de Africa. Los Nazis importaron "razas inferiores" de los países ocupados para utilizarlos como esclavos. Aquellos que se resistían eran enviados a campos de concentración. Cerca de 12 millones de personas, incluyendo a 6 millones de Judíos, fueron exterminados, en el terrible suceso conocido como el Holocausto Nazi. Más tarde, Hitler rompió su pacto y decidió invadir a la Unión Soviética. Después de que Japón atacó Pearl Harbor en Hawaii, declaró la guerra a los Estados Unidos. La derrota de Hitler en Stalingrado, en la ex-Unión Soviética, significó el cambio del curso de la guerra. Los Aliados expulsaron a los Nazis de Italia, Africa y de la Unión Soviética. Alemania se convirtió en el campo de batalla cuando los Aliados atacaron del este y del oeste.
En 1945, Alemania se rindió incondicionalmente. Justo después de que llegó la derrota, Hitler se suicidó. Fue declarado oficialmente muerto el 25 de octubre de 1956, después de que sus restos fueron plenamente identificados. ADOLF HITLER: TEMPLARIO NEGRO.- "Nos comunicamos directamente con Dios a través de Adolf Hitler. No necesitamos ni clérigos ni sacerdotes". Asi se expresaba el alcalde de Hamburgo durante el congreso del partido nazi celebrado en Nuremberg en 1937, presidido por una enorme fotografía del Fhürer, bajo la cual podía leerse: "En el principio fue el Verbo". El ministro de Asuntos Eclesiásticos del III Reich, por su parte, aseguraba a un periodista: "Ha surgido una nueva autoridad en lo que a Cristo y la Cristiandad se refiere. Esa autoridad es Adolf Hitler... Adolf Hitler es el verdadero Espíritu Santo." Y, sin embargo, Hitler siempre afirmó: "No soy yo todavía el que ha de venir". "Nuestro movimiento -comentaría también en privado a Leni Riefestal- no pretende inmiscuirse en ningún tipo de reforma religiosa". En cualquier caso, lo escalofriante es que millones y millones de alemanes si creyeron que el Fhürer era una suerte de enviado. Y era una creencia que se extendía no solo entre el pueblo, sino igualmente entre los intelectuales y científicos, entre los ministros y correligionarios del partido: lo creyeron incluso, hasta muchos de sus adversarios políticos. En Berlín, una prestigiosa galería de arte exponía un enorme retrato de Hitler totalmente rodeado, como por un halo, de copias de una pintura de Cristo. En la prensa se podían leer comentarios como el siguiente "Mientras hablaba (Hitler) se oía crujir el manto de Dios por el salón". Y a principios del otoño de 1936, se pudieron ver en Munich cuadros en los que se retrataba a Hitler vestido con la armadura de los caballeros del Santo Grial.
E independientemente del rotundo y negativo veredicto que predomina en la Historia actual, la figura de Hitler ha sido objeto de un propaganda tan torpe, al menos, como la que el mismo difundió contra los judios. Y es que al limitarnos a ridiculizar al personaje, se nos ha escapado lo esencial de su personalidad y muchas cosas han quedado inexplicadas. Porque, ¿como un tipo aparentemente insignificante y sin estudios superiores fue capaz, en pocos años, de introducirse en los más altos niveles políticos, burlar a los líderes experimentados de las grandes potencias, convertir a millones de personas altamente civilizadas en enfervorizados seguidores y levantar el más poderoso aparato bálico del mundo consiguiendo ser obedecido hasta el final? Parece lógico pensar que además de creerse un avatar, todo esto solo se explica si Hitler fue un conocedor de los resortes secretos que son capaces de modificar la realidad hasta convertirla en el delirio adecuado a sus más íntimos y poderosos deseos. Hoy, sin embargo, estamos en disposición de conocer todo aquello que de haber sabido el ingenuo pueblo alemán lo hubiera sumido en el mas gélido de los estupores: Hitler no era un semidiós, sino un personaje de tebeo que se había creído su propia historieta. Lo que sucede es que su creencia era tan inconmovible que la epopeya dibujada en las viñetas pudo llegar a hacerse realidad, sin duda mediante un acto de magia genuina. Y asi fue como el mundo, fue llevado hacia la más espantosa de las tragedias. Mickey Mouse fabricando descontroladamente millones de escobas en la película Fantasía. Con la diferencia de que en la película del III Reich, no hubo un mago verdadero con suficiente poder como para detener a tiempo a la descontrolada mancia del aprendiz de brujo, y de la secuela de millones de muertos que dejó a su paso. El único contemporaneo de Hitler que advirtió en toda su monstruosidad la magia negra como fuente de los asombrosos poderes de Hitler fue otro mago, injustamente vilipendiado, llamado Aleister Crowley, miembro de la sociedad secreta Alba Dorada (Golden Dawn), quien cuando fué juzgado por un tribunal inglés de justicia llegó a ser declarado por el juez "el hombre más perverso de Inglaterra". Pero la verdad es que Aleister Crowley conocía de sobra el paño que se cortaba. Y así se lo hizo saber en 1940 al entonces inseguro y confuso Winston Chruchill, en un momento en que la posible invasión nazi de Inglaterra gravitaba como una espada de Damocles sobre la cabeza de todos los británicos. Y Churchill le creyó, hasta punto tal que llego a aceptar y poner en marcha una sugerencia de Corwley: aquella segun la cual era necesario adoptar, frente al poder místico de la esvástica, la famosa "V" de la victoria, lo cual no era otra cosa que un antiguo signo satánico (los cuernos del demonio). Con un emblema de tal magnitud -pensaba Crowley- se podría derrotar a Hitler. Y Churchill lo aceptó. El pragmatismo inglés del lider conservador británico le llevó a estar dispuesto a aliarse con el mismo diablo con tal de vencer al temible enemigo... LA MENTE DE HITLER.- Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1941, la Oficina de Servicios Estratégicas de los Estados Unidos encargó al psiquiatra freudiano Walter Langer un inusual y novedoso experimento: psicoanalizar a Adolf Hitler de acuerdo con la información que sobre su persona podía obtenerse entonces en su entorno, gracias al espionaje. Aunque a distancia, era la primera vez que se aplicaban los descubrimientos psicológicos modernos no a una figura histórica distante, sino a una viva. Las conclusiones de su informe consituyen uno de los libros más apasionantes que todavía hoy pueden leerse; su título, La mente de Hitler. Al examinar las pautas de conducta del Führer, tal y como las observan sus colaboradores inmediatos, Langer llega a la conclusión de que no se trataba de una sola personalidad, sino de dos, y que se alternaban. La imágen mística que ofrecía a la propaganda fue la del más humilde discípulo de si mismo, el más severo de todos los disciplinarios; la de un monje moderno, en suma, con los tres nudos reglamentarios de la pobreza, la castidad y la obediencia. No comía carne, no bebia vino; y en repetidas ocasiones declaró que su verdadero amor era Alemania. No recibió salario del partido y vivia de los ingresos de sus libro "Mi Lucha". El templario Adolf era un individuo muy suave, sentimental e indeciso, que contaba con muy poca energía y que nada deseaba tanto como mostrarse agradable y ser entretenido y cuidado. Por el contrario, el soldado Hitler era una persona dura, cruel y decidida, con una considerable energía, que parecía saber lo que quería y estaba dispuesto a buscarlo y obtenerlo sin detenerse ante nada... Adolf lloró a raudales por la muerte de su canario y adoraba a los perros; pero era el mismo Hitler que gritó en pleno tribunal: "¡Rodarán cabezas!". ¿Era un psicópata? Posiblemente. Pero la gran desgracia para Alemania fue que también era un mago que se las ingenió para convencer a millones de personas de que la imagen ficticia de su personalidad era la verdadera. Lo dice, con otras palabras certeras, su contemporáneo, Aleister Crowley, cuando, sin nombrar expresamente a Hitler, nos hace un inigualable retrato del personaje: "La magia blanca opera discretamente. No necesita atraer la atención ni provocar miedo o aprensión entre la gente, puesto que no pretende dominar el mundo. Por el contrario la magia negra adora simultáneamente el secreto y el espectáculo, algo así como las estrellas de Hollywood. El verdadero mago negro busca dominar a los otros y encerrarlos en sus alas de cuero. Utiliza la angustia, siembra el terror y procura la ruina del mundo. Cuando encuentras a un mago negro, estudia bien sus ojos. Son los de un fanático, los de quien pretende con avidez dominar y manipular. Su maxima aspiración es la de convertirse en un marionetista para mover los hilos de todos".
Es otra historia engarzada en la misma Historia: la de las oscuras influencias de que fue beneficiaria - y a la vez victima - Occidente desde principios de siglo y, en especial, desde 1918. Finalizada la Primera Guerra Mundial, Europa despertaba de una pesadilla poblada por los monstruos de la razón, y abría las esclusas, indiscriminadamente, al misterioso río del inconsciente freudiano y a todas las corrientes irracionalistas, desde le refrescante surrealismo a los otros "ismos" del brazo en alto, mucho menos saludables. Una tormenta mítica que se enreda con los últimos coletazos del romanticismo nacionalista del siglo XIX y que afecta por ello especialmente a los ultimos países donde arraiga el sentimiento nacional: Rusia, Italia, y en particular Alemania. El "retorno" de los brujos, no es cosa de hoy, sinó de las primeras décadas del presente siglo. Y fue así como el destino quiso que Hitler fuera el catalizador de sus manifestaciones tenebrosas. Lo quiso hasta el punto de hacerlo nacer - un 20 de Abril de 1889 - en el pueblo austríaco de Braunauam-Inn, cercano a la frontera bávara, tradicionalmente considerado un centro de médiums y videntes. Poca gente sabe que dos famosos médiums, los hermanos Schneider, nacieron en el mismo pueblo, y que uno de ellos tuvo la misma ama de cría que Hitler. Los que creen como Jung, que ciertas "casualidades" tienen sentido, no dejan de subrayar esta coincidencia, ni tampoco el hecho de que un niño de diez años llamado Adolf Htiler formara parte del alumnado de una peculiar abadía benedictina, la de Lanbach, cuya particularidad consistía particularmente en estar plagada de cruces gamadas. El nacionalismo alemán se solidificaría, manu militari, bajo la férula del canciller Bismark, pero necesitaba recurrir al mito para aglutinarse en la conciencia del pueblo. Las precoces curces gamadas de la Abadía de Lanbach fueron fruto de esa afanosa búsqueda del mito que había emprendido, como algunos otros iluminados, el abad Théodorich Hagen. El catolicismo de éste no le impediría ser un profundo conocedor de la astrología y las ciencias ocultas, ni interpretar el Apocalipsis de San Juan en un sentido mesiánico y milenarista. De hecho, formaría parte de un número creciente, el de los que empezaron a reconocer la llegada de un "Mesías" que salvaría al pueblo alemán -depositario genuino del legado ario-, tanto de sus enemigos interiores como exteriores. Las cruces gamadas de la abadía de Lanbach, donde el niño Adolf Hitler le nace la fervorosa vocación del sacerdocio, son consecuencia de un viaje "iniciático" que al parecer emprendió el abad Hagen en 1856 al Próximo Oriente. En su itinerario se incluiría una visita a Jerusalén, antigua ciudad-estado de los caballeros templarios, y a ciertas zonas del Caúcaso, presumible cuna de la raza aria y donde la esvástica, al igual que en la India, estaba considerada el estandarte solar de un pueblo emprendedor de conquistas por naturaleza. La abadía de Lanbach fue, asimismo, un poderoso foco de atracción para los iniciados en los secretos del templarismo, esa mística del "mitad monje, mitad soldado", cuyas reminiscencias, siquiera formales, tanto eco tuvieron en la España franquista. No era extraño, por tanto, que otro peculiar monje, cisterciense en este caso, visitara allí a sus hermanos benedictinos. Hablamos de Adolf Joseph Lang, a quien el pequeño Adolf Hitler tendría ocasión de ver transitar muchas tardes paseando por el claustro de la abadía con un libro en las manos. Lang, rubio y de ojos azules, era un ario frenético que había encontrado en la Orden del Cister -reformada en la Edad Media por Bernardo de Claraval, el autor de la regla templaria- un impensable abrigo para sus delirios racistas. En 1900, poco despues de su paso por Lanbach, se trasladaría a Viena, donde fundaría la Orden del Nuevo Temple, de la que se proclamaría Gran Maestre, asegurando que había recibido la iniciación nada menos que de un sucesor clandestino de Jacques de Molay. Como se sabe, el último Gran Maestro del Temple murió en 1314 en una hoguera levantada en París por Felipe el Hermoso. En todo caso, hay evidencias de que no por ello desapareció la mística templaria, lo que explicaría por ejemplo, que al rodar en el cadalso la cabeza de Luis XVI, una voz anónima gritase entre la multitud revolucionaria: "¡Has sido vengado, Jacques de Molay!". La misma mística, si bien deformada por un racismo delirante, aprecería cinco años después en Ostara, una revista esotérica quincenal que adoptó como enseña la cruz gamada, publicación que tendría en el ya adolescente Hitler a uno de sus más apasionados lectores desde su llegada a Viena, rocada ya su vocación sacerdotal por la pictórica. La revista la publicaría precisamente un tal Georg Lanz Von Liebenfels, a quien ya conocemos como Adolf Joseph Lang. El sedicente templario derramaró en la revista sus enfebrecidas elucubraciones: los no arios son seres no-humanos y pueden situarse en la escala evolutiva apenas por encima del mono; la historia no es otra cosa que la eterna lucha del Bien, encarnado en la raza aria, contra el Mal, que representan semitas y jafeítas. Los arios son la "obra maestra" de los dioses, y están dotados de fantásticos poderes paranormales, emanados de "centros de energía" y ciertos "órganos eléctricos". Estos "poderes" asguran la supremacía absoluta de la "raza superior" sobre cualquier otra. Los templarios han sido depositarios de secretos guardados durante milenios en centros iniciáticos del Himalaya, técnicas ocultas que permiten el "despertar de los dioses" en el corazón del hombre ario, dormidos a causa de la negligente tendencia a mezclarse con otras razas "inferiores"... La Viena de principios de siglo ardería en esa peculiar calentura ocultista que se propagaría por todos los países germánicos durante la Primera Guerra Mundial, y que conocería su apogeo en el difícil e inestimable clima de la República de Weimar. Astrólogos, videntes y profetas pulularon en la decadente capital de un imperio que se derrumbaba, cumpliéndose así, una vez mas, el postulado de Goethe: "En el ocaso de las civilizaciones aparecen los fantasmas". También las sociedades secretas de caracter esotérico proliferaban como hongos. El barón Rudolf von Sebottendorf crearía en 1912 la Sociedad de Thule, obsesionada por los mitos del Sambala y el Reino de los Hiperbóreos, de la que algunos destacados nazis, entre ellos Rudolf Hess, formaron parte. En 1918, en plena derrota alemana, Karl Haushofer, propagador de la llamada Sociedad de Vril y poco más tarde recaudador de contribuciones del Partido Nacional Socialista, haría apogeo de la kundalini al servicio de la raza aria mientras se encontraba en Munich, cuna del movimiento hitleriano, justo en el momento en que esta ciudad deplazaba a Viena como capital centroeuropea del esoterismo. Hitler aspiró ese ambiente viciado directamente y a pleno pulmón, alimentando en el su poderósa imaginación, cualidad insipensable de todo mago, ya sea blanco o negro. La leche que nutrió a uno de los hermanos Schneider, por otra parte, tal vez le confiriera ciertas facultades mediúmnicas. Según contó el mismo, durante la guerra mundial de 1914-1918, y mientras estaba cenando en una trinchera con varios camaradas, "repentinamente -explico- pareció que una voz me decía: "levántate y ve allí". La voz era tan clara e insistente que automáticamente obedecí, como si se tratase de una orden militar. De inmediato me puse de pie y caminé unos veinte metros por la trinchera. Después me senté para seguir comiendo, conla mente otra vez tranquila. Apenas lo había cuando desde el lugar que acababa de abandonar, llegó un destello y un estampido ensordecedor. Acababa de estallar un obús perdido en medio del grupo donde había estado sentado; todos su miembros murieron" (de una entrevista periodística con Janet Flanner). OTROS CONOCIMIENTOS DE HITLER.- Aunque Hitler había leído mucho sobre una amplia variedad de temas, de ningún modo atribuyó su infabilidad y aparente omnisciencia a ningún esfuerzo intelectual por su parte. Por el contrario, desaprobaba esas fuentes cuando se trataba de guiar el destino de las naciones. Su opinión del intelecto era, de hecho, relativamente negativa. En varias ocasiones declaró, por ejemplo, que "la formación de la capacidad mental es de importancia secundaria... Gente educada en exceso, abarrotada de conocimientos e intelecto, pero desprovista de todo instinto sano..." Y era eso, el "instinto", lo que -como a todo mago- le guiaba. Su mano de pintor se mostraría mediocre, peo su alma de artista era genuina; y como para todo artista, -el arte y la magia son dos ramas del mismo tronco- tenía su daimon inspirador, su mediador con los dioses, que le dictaba en cada momento lo que tenía que hacer. En el momento de la reocupación de Renania, en 1936, Hitler emplearía una extrordinaria figura retórica para describir su propia conducta: "sigo el camino que me marca la Providencia con la precisión y seguridad de un sonámbulo". Por eso, en medio de una tormenta o crisis política o cuando sus decisiones inmediatas parecían mas necesarias, por ejemplo, ante una batalla incierta que se estuviera librando en esos momentos, Hitler abandonaba todo y se iba a su Nido del Águila del Kwhlstein, una especie de búnker de dificil acceso, donde se permitía el privilegio de quedarse solo, entre los picos cubiertos de hielo de un paisaje impresionante; y sencillamente esperaba hasta escuchar "su voz interior". Poco importaba que esa voz se demorara poco, mucho o demasiado. En una entrevista declararía: "Yo no juego a la guerra. No permito que los generales me den órdenes. La guerra la conduzco yo. El momento preciso del ataque será decidido por mi. Solo existirá un momento, que estará realmente auspiciado, y esperaré ese momento con inflexible determinación. Y no lo dejaré pasar... A menos que sienta la incorruptible convicción de que esa es la solución, no hago nada; ni siquiera si todo el partido intentara obligarme a proceder. No actuaré: esperaré, ocurra lo que ocurra. Pero si la voz habla, sé que habrá llegado el momento de actuar". Sin embargo, el verdadero poder de este templario negro estaba en su fe. Y la fe, como sabe cualquiera que esté minimamente iniciado en las ciencias ocultas, es el verdadero motor de la magia. "Soy uno de los hombres mas duros que ha tenido Alemania durante décadas -le diría a un periodista-, quiza durante siglos, dotado de la más grande autoridad que haya tenido cualquier otro lider alemán... Pero sobre todo creo en mi exito. Creo en el incondicionalmente". Quien puso bajo el retrato de Hitler la leyenda "En el principio era el Verbo" le hizo, sin saberlo, la mejor definición. Hitler creía incondicionalmente en sí mismo, porque tenía una fe ciega en su varita mágica; y la varita mágica de aquel artista no era el pincel, sino la palabra. Hitler ha sido, sin duda alguna, el mas fascinante y fascinador orador de Occidente desde los tiempos de Temístocles. Parece ser que a principios de los años veinte Hitler tomó regularmente lecciones de oratoria y psicología de un inividuo llamado Hanussen, que también era astrólogo y adivino; y es más que posible que Hanussen hubiera tenido algún contacto con los grupos de adivinos videntes y profetas de Munich, tan activos en esa época. En cualquier caso, se lo hubiera revelado Hanussen o lo hubiera aprendido por si mismo, Hitler sabía que para un conjuro sea eficaz debe estar alimentado por el fuego de la emoción más genuina. Por eso en sus discursos se inyecta con la morfina de su propia verborrea y crece; el diminuto Hitler se transforma en el gran Führer, lo que fascina al publico, y esa fascinación repercute, como una llamarada de fuego, en la autoestima del orador ("lo semejante atrae a lo semejante"). Cuanto más capaz era de convencer a la masa de la elevada antorcha de que era portaestandarte, más se convencía a si mismo, basándose en la teoría de que ochenta millones de alemanes no pueden estar equivocados. En ese anillo mágico que encerraba al pueblo alemán alrededor de su jefe se encuentra la grandeza y tragedia del III Reich. El poder y la fascincación del verbo de Hitler descansaron casi por entero en su capacidad de sentir lo que un público dado quería oír, y en manipular el tema de manera que excitara las emociones de la multitud. De esa magia tan particular y tan efectiva escribió Strasser: "Hitler responde a las vibraciones del corazón humano con la delicadeza de un sismógrafo... lo que permite, con una certeza que ningún don consciente podría otorgarle, actuar como un altavoz que proclama los deseos más secretos, los sentimientos y rebeliones mas personales de toda una nación." Sus discursos, sin embargo, eran recurrentes y pobres de ideas. Antes de llegar al poder casi todas sus intervenciones se centraban en la defensa de la unidad e identidad de Alemania y en quebrar el imperio de los marxistas. Pero el pueblo estaba entusiasmado. Lo que atraia a su audiencia no era tanto lo que decía sinó como lo decia, de acuerdo con un esquema, repetido hasta la saciedad, cuyas simples y efectivas reglas eran las siguientes: jamás admitir un fallo o un error, no reconocer que puede haber algo bueno en el enemigo, no dejar lugar a alternativas, nunca aceptar culpas, concentrarse en un enemigo de cada vez y culparlo de que todo anda mal; y, finalmente, no amilanarse ante el grosor de las falsedades o infundios que se levanten contra uno. "El pueblo -afirmaba Hitler- creerá con más facilidad una gran mentira que una pequeña; si uno se la repite con bastante frecuencia, tarde o temprano el pueblo la creerá". El comienzo de sus discursos era lento, a la espera de "sentir" al público. Pero en cuanto descubría la naturaleza de ese sentimiento, el ritmo y el volumen aumentaban uniformemente hasta que, en el climax, gritaba. La voz de Hitler se transformaba, para quien lo escuchaba, en la voz de Alemania. Todo eso estaba de acuerdo con la propia concepción de Hitler sobre la naturaleza secreta de las masas, tal y como puede leerse en su libro "Mi lucha" (Mein Kampf): "La Psiquis de las masas -escribió Hitler- no responde a nada que sea débil o mediocre. Es igual que la de una mujer, cuya sensibilidad espiritual está menos determinada por razones abstractas que por un ansia emocional indefinible de satisfacción de poder, y que por tal razón prefiere someterse al fuerte más que al débil... También la masa prefiere al dominante antes que al suplicante". Era tal el poder de fascinación de la oratoria hitleriana que muchos autores han comentado su capacidad para hipnotizar al público. Segun Stanley High, "cuando en el punto culminante se balancea de un lado a otro, sus oyentes se balancean con el; cuando se inclina hacia adelante ellos también lo hacen; y cuando concluye, están reverentes y silenciosos, o de pie, en un delirio, según quiera Hitler". Las palabras, conforme enseña la tradición ocultista universal, desempeñan una función mágica, no por su significado, sino por la naturaleza de sus vibraciones sonoras. Eso Hitler lo sabía de sobra. Como también sabía -aseguró haberlo aprendido de la Iglesia Católica- que la repetición machacona de determinadas consignas tiene el poder de penetrar en los niveles más profundos de la psiquis. A propósito de ello, dijo en una ocasión: "Sólo hay una determinada cantidad de lugar en el cerebro, una determinada cantidad de paredes, por asi decirlo, y si uno lo llena con sus consignas, la oposición no tiene lugar donde poner después ningún cuadro o fotografía, porque el apartamento del cerebro ya está abarrotado con el mobiliario de uno..." Basta con estar atento a las actuales campañas preelectorales o, simplemente a los anuncios de televisión, para darse cuenta de que estas tácticas hitlerianas han sido bien aprendidas por sus enemigos. Pero lo que el poderoso mago Hitler no sabía, o no quiso tener en cuenta, es que una acción mágica puede ser muy eficaz, pero jamas puede ser muy duradera si obra a contrapelo de la naturaleza; y nada hay más alejado de la naturaleza -y del sentido común- que la idea de una "raza superior" dominando al resto de la humanidad durante los "mil años" que iba durar el III Reich. ¿No quiso tenerlo en cuenta, o simplemente, no pudo? ¿Como podía compaginarse el agua mansa del templario y el cátaro con el aceite hirviendo del racista?
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